Sala dos professores
De la calificación al aprendizaje
Por: Denise Tonello
La evaluación como narrativa del crecimiento
¿Qué puede decirnos una nota en un boletín de notas sobre un alumno? No mucho, si sólo nos fijamos en ella. La verdadera historia está en el camino que están recorriendo. Evaluar no es simplemente medir: es seguir de cerca, ver los progresos, reconocer los logros y apoyar cada paso de este camino, que nunca es lineal pero siempre está lleno de movimientos.
Cuando concibo la evaluación escolar como un proceso continuo, me doy cuenta de que lo más importante no es el número o la nota final, sino el camino recorrido. Es en este camino donde las competencias toman forma: cuando los alumnos articulan conocimientos, experimentan con estrategias, se enfrentan a obstáculos y encuentran sus propias formas de avanzar. El aprendizaje se hace más humano y significativo precisamente porque valora el esfuerzo tanto como los resultados.
Y como nadie camina solo, la colaboración con la familia es esencial.
Esta presencia es importante a todas las edades, aunque adopte formas diferentes. En los primeros años escolares, los padres siguen de cerca cada paso; más adelante, el apoyo llega en forma de conversaciones, escucha atenta, fomento de la autonomía y reconocimiento de los logros. Lo que atraviesa todas las fases es la certeza de que, a cada paso, alguien camina con ellos. Cuando la escuela y la familia se unen para ver los progresos, celebrar los logros e incluso reconocer los intentos, el alumno gana confianza. Las pequeñas victorias de la vida cotidiana cobran fuerza cuando se notan. Y son éstas las que, acumuladas, ayudan a formar personas más autónomas, críticas y comprometidas.
Por eso no puedo pensar en la evaluación como una fotografía estática. Para mí, es como una narración del crecimiento, una historia en movimiento. Más que asignar números, se trata de construir significados, seguir viajes y reafirmar que el aprendizaje está en constante cambio.
Este enfoque también me plantea un reto como educadora y coordinadora pedagógica. No basta con administrar pruebas o actividades de evaluación y esperar los resultados. Hay que observar, interpretar, registrar y dar pistas al alumno para ayudarle a avanzar. Evaluar, en este sentido, también es comunicar. Significa decir claramente: “Mira lo lejos que has llegado. Aquí tienes nuevas posibilidades. Sigue adelante”.
Con el tiempo, he aprendido que ninguna habilidad nace sola. Leer, escribir, argumentar, resolver problemas o crear: todas se mezclan. Cada gesto de aprendizaje implica razón, emoción y acción, en diálogo permanente. Por eso, la evaluación basada en las competencias debe abarcar esta complejidad, reconocer los matices y dar espacio a los alumnos para que se expresen en su totalidad.
Y una vez más entra en juego la familia, no como mera espectadora de las notas, sino como colaboradora activa en todas las fases de la vida escolar. Con los niños pequeños, esta implicación puede significar acompañar sus primeras lecturas, jugar juntos y fomentar los hábitos de estudio. Con los adolescentes, el apoyo puede venir en forma de conversaciones, confianza y fomento de la responsabilidad. Escuchar, hablar de los progresos, valorar los logros: a cualquier edad, este vínculo refuerza la relación entre el hogar y la escuela. Educar, al fin y al cabo, es una tarea colectiva, nunca solitaria.
También me doy cuenta de que este tipo de evaluación tiene el poder de reducir ansiedades y frustraciones. Cuando los alumnos comprenden que se les valora por lo que consiguen día a día, y no sólo por el resultado final, se sienten más motivados, confiados y resilientes. La escuela se convierte así en un lugar de estímulo, no de juicio.
Al final, evaluar por capacidades, con el apoyo de la familia, significa reafirmar que cada etapa del aprendizaje tiene valor. Cada paso es importante. Cada intento cuenta. Cada logro es una semilla. Esta visión no excluye las metas, los objetivos y las expectativas de aprendizaje, sino que los sitúa en una perspectiva más amplia: la del desarrollo integral de cada alumno como centro.
Evaluar, para mí, significa creer que cada alumno tiene una historia en construcción. Y yo elijo estar a su lado para escribir esa historia, página a página, celebración a celebración, logro a logro. Porque, al fin y al cabo, el aprendizaje es un viaje, y todo viaje merece ser vivido. Merece ser comprendido. Merece ser contado.
Denise Tonello es pedagoga (USP), Máster en Educación (PUC) y psicopedagoga (UNICSUL). Autora del libro “Portfólio, pra que te quero”, publicado por Pedro & João Editores, trabaja como Coordinadora Pedagógica (EFAI) en el Colegio Miguel de Cervantes, como formadora de profesores y consultora en escuelas públicas y concertadas. También contribuye a la elaboración de materiales didácticos y publicaciones sobre planificación inversa, aprendizaje significativo, evaluación formativa, rúbricas y gestión curricular.



