Enseñar competencias: el aprendizaje basado en proyectos.

Por: Rafael Ruanova Quintas* | 06 de septiembre de 2017.

La tercera versión de la BNCC (Base Nacional Comum Curricular), publicada estos últimos meses, establece diez competencias generales que deben ser incluidas dentro del currículo de las diferentes materias de la Enseñanza Básica, con el objetivo de ofrecer una educación integral. De esta manera, una buena opción para abordar esta enseñanza por competencias puede ser el aprendizaje basado en proyectos.

En esta metodología activa, el conocimiento no es un patrimonio que el docente deba transmitir directamente a sus alumnos sino el resultado de un trabajo conjunto en el que el alumno investiga, toma decisiones, interpreta, enfrenta problemas, establece relaciones lógicas y saca conclusiones que le permiten resolver la tarea. Nuestra vida adulta está basada en proyectos (proyectos laborales, familiares, de ocio…) y para llevarlos a cabo necesitamos resolver problemas activamente, además de poner en juego nuestros conocimientos y nuestra capacidad para negociar y consensuar decisiones. Si trabajamos estas competencias con nuestros alumnos les estaremos ayudando a construir conocimientos, pero, sobre todo, les estaremos educando para la vida.

La práctica escolar nos lleva, en ocasiones, a ver nuestra materia como un fin en sí misma; como un bloque aislado de contenidos y habilidades que debemos enseñar o “dar” (en español utilizamos a menudo este verbo como sinónimo de impartir clase, lo cual es muy significativo) a los alumnos en dosis diarias de una hora y que conviven con otras seis o siete dosis de contenidos y destrezas de materias diferentes y, a menudo, con poca conexión entre ellas. El trabajo por proyectos se basa en la interdisciplinaridad porque para llevarlo a cabo vamos a necesitar conocimientos, habilidades y destrezas propias de diferentes materias; pero va a ser, precisamente, esta visión multidisciplinar la que permita que el alumno encuentre una conexión, una utilidad y una aplicación práctica a aquello que está aprendiendo. Por eso, para que un proyecto funcione es esencial la colaboración y el trabajo coordinado de varios profesores. El punto de partida será un evento que suscite en los alumnos la curiosidad o la necesidad de saber, a través de una pregunta guía que orientará todo el proceso. A partir de ahí, se presentará el proyecto a los alumnos con una planificación del trabajo, de la evaluación y del producto final que nos proponemos conseguir. A continuación, se desarrollará la fase de investigación y búsqueda de información para dar respuesta a la pregunta guía, seguido de un trabajo práctico en el que los alumnos deben valorar, discutir, decidir y dividirse las tareas, para concluir con la presentación del producto final. Esta última fase es especialmente importante, ya que la exposición y difusión del producto final y del propio proyecto es lo que da sentido al trabajo. En muchos casos, estos proyectos se pueden enriquecer dándoles alguna utilidad social, buscando algún beneficio para la comunidad; de esta manera, el alumnado, además de aprender, estará prestando un servicio a los demás.

Nuestra experiencia como docentes nos demuestra que, en educación, no hay soluciones milagrosas para los diferentes retos que se nos plantean, ni metodologías infalibles que funcionen con cualquier tipo de alumnado o de centro. Sin embargo, esta misma experiencia también nos enseña a reflexionar sobre nuestra práctica docente, sobre lo que es útil y lo que no; y nos ayuda a ver que las propuestas que consiguen conectar con los alumnos, despertar su interés y conseguir que se impliquen activamente y por voluntad propia en lo que hacen, suelen ser las que mejores resultados ofrecen.

Rafael Ruanova Quintas* Licenciado en Filología Hispánica y en Filología Gallego-Portuguesa. Profesor de Lengua Española y Literatura en el Colegio Miguel de Cervantes, y coordinador y colaborador en distintos cursos sobre nuevas metodologías de enseñanza.