SALA DOS PROFESSORES

La escuela de tolerancia
O cómo enseñar a nuestros estudiantes a manejar el conflicto y la violencia

Por: Kátia Regina Pupo | abril 2021.

“Siempre supe que en el fondo del corazón humano había misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por el color de la piel, la educación o la religión. La gente necesita aprender a odiar, y si pueden aprender a odiar, también pueden aprender a amar, porque el amor llega al corazón humano de manera más natural que su opuesto “.
Nelson Mandela

 A la espera del inicio de la clase, ya sentado en uno de los pupitres de la sala, un alumno necesita levantarse y buscar otro lugar porque ha llegado el dueño para ocuparlo. Después de esperar pacientemente a que le atiendan su turno en la fila del comedor, la niña debe ceder su lugar ante el riesgo de represalias por parte de colegas mayores que llegan apurados. Algunas chicas se burlan sistemáticamente de un niño tímido dándole apodos prejuiciosos. Un grupo de amigos decide difundir fotos íntimas de una compañera de clase en WhatsApp. Estudiantes veteranos, para dar la bienvenida al novato, tiran las zapatillas del niño por todas partes, obligándolo a recogerlas y amenazándolo cuando se atreve a desobedecer. Todos los días se dejan mensajes amenazantes en el perfil del adolescente en Internet.

¿Simples bromas? ¿Casos esporádicos y aislados? Ciertamente, más que eso, los ejemplos anteriores se suceden con frecuencia en las diferentes escuelas. Es el fenómeno llamado bullying, o violencia moral, difícil de definir y que despierta el interés, por la urgencia de la acción, de psicólogos, sociólogos y educadores de todo el mundo.

Francia, España, Bélgica, Chile y Argentina, además de EE. UU., han desarrollado numerosos programas desde la década de 1970 para capacitar a los adultos para hacer frente a los conflictos y la violencia en el universo escolar. ¿Y en Brasil? Algunos argumentarán que la violencia presente en la vida cotidiana de la sociedad brasileña, donde los jueces son asesinados por orden de sus condenados y los presos lideran rebeliones urbanas desde dentro de las cárceles, donde el número de secuestros y asesinatos sigue aumentando y el narcotráfico se infiltra en todos los sectores de la sociedad, es también responsable de estas experiencias de opresión que ocurren en la vida diaria de las escuelas. Quizás esa gente no estaría del todo equivocada. Sin embargo, este es un terreno donde es necesario transitar con cuidado. El fenómeno de la violencia escolar es complejo y existen numerosas razones que explican sus manifestaciones.

En cualquier caso, perplejos y asustados, rodeados de las experiencias violentas de las grandes ciudades, estamos perdiendo la sensación de que la escuela es un refugio seguro donde la infancia y la juventud crecen protegidas. Sin embargo, asumiendo que la escuela también puede ser productora de violencia, podemos penetrar en su vida cotidiana y encontrar salidas para cumplir con nuestra responsabilidad de formación moral y socialización de niños y jóvenes.

Para este problema no existen respuestas fáciles ni recetas prefabricadas, pero muchos de los autores que trabajan con el tema de la violencia escolar apuntan a la alternativa de la “mediación de conflictos”. Sugieren, entre otras cosas, que haya personas dentro de la escuela que ayuden a los niños y niñas a aprender las habilidades necesarias para resolver conflictos.

Educadores que puedan mediar en las conversaciones, una persona que pueda escuchar a ambos bandos, que permita a los involucrados exponer sus percepciones y defender sus puntos de vista, decirse entre sí qué generó la situación, hablar de deseos y necesidades, que les pueda ayudar a reconocer y hablar de sentimientos.

Un adulto preocupado por afrontar el desafío de mirar sin intentar diagnosticar ni sancionar, sino ver la dinámica de la relación que se ha establecido y buscar conductas deseables para establecer pactos de convivencia.

Es fundamental contar con profesores sensitivos, preparados para detectar antagonismos y anticipar probables conflictos. Profesores que utilicen sus áreas de conocimiento para posibilitar el debate de temas éticos, estéticos y sexuales, raciales y políticos, dilemas humanos marcados por las diferencias de cada uno. Educadores que puedan utilizar el currículo como un instrumento de transformación de la visión que nuestros alumnos tienen, espectadores atentos del mundo adulto que los rodea, de que solo la fuerza resuelve conflictos, que el poder del más fuerte impera y satisface.

Es necesario estimular el sentimiento de pertenencia, creando instrumentos que regulen las relaciones, aseguren los derechos de todos y establezcan deberes. Es necesario que los /las estudiantes comprendan los principios que dan base a las decisiones institucionales, para que las reglas sean siempre explícitas y que los adultos sean consistentes en la aplicación del sistema de convivencia definido.

Es necesario instaurar en la escuela, desde la educación infantil hasta el bachillerato, la cultura de la tolerancia, que les permitirá convivir con lo diferente. Es urgente rescatar en nuestra juventud la creencia en el poder del diálogo.

Quizás más que buscar explicaciones sociologizadoras, que presenten razones exógenas a la escuela para conflictos y manifestaciones de violencia, o psicologizar nuestro análisis buscando en la psiquis del sujeto una explicación del fenómeno del bullying, que podamos reflexionar sobre las relaciones que se establecen dentro de la propia escuela y también encontrar formas de construir cada día, muy probablemente durante años, la escuela de la tolerancia. Tarea urgente, inmensa, pero posible.

Bibliografía consultada:
GROPPA AQUINO, Júlio. De la rutina escolar: ensayos sobre la ética y sus efectos adversos. Summus Ed.: São Paulo, 2000.
CHRISPINO, Álvaro y CHRISPINO, Raquel. Políticas educativas para reducir la violencia: mediación del conflicto escolar. Ed. Biruta: São Paulo, 2002.

Katia Pupo – Licenciada en Pedagogía por la Universidad Federal de Paraná y en Psicopedagogía por el Instituto Sedes Sapientiae. Con maestría en Psicología de la Educación de la Universidad de São Paulo (USP). Actualmente coordina el Programa del Diploma (IB) en el Colegio Miguel de Cervantes.