De la competencia a la colaboración – 15/12/2025

Sala dos Professores

De la competencia a la colaboración: replanteando la cultura escolar

Por: Cristina Lage de Francesco

El 19 de noviembre participé en un seminario web titulado «Transformation in Schools». Su premisa central era que una transformación significativa exige que la cultura escolar pase de la competencia a la colaboración. Esta idea me llegó profundamente y me trajo inmediatamente a la mente varias experiencias de mi trabajo como educadora.

Experimentando la competencia

Comienzo con una experiencia difícil que tuve como tutora de clase. Hace unos años, intenté animar a uno de mis grupos a reflexionar sobre cómo la competencia entre ellos estaba creando un ambiente de aprendizaje tóxico. En una de nuestras sesiones, mencioné que algunos alumnos habían expresado su preocupación por la constante comparación de notas, clasificaciones y rendimiento académico. Como era de esperar, los que se sentían excluidos eran precisamente los etiquetados, de manera implícita o explícita, como «alumnos débiles».

Cuando planteé la cuestión al grupo en su conjunto, su reacción fue notable. Muchos argumentaron que la propia escuela era responsable de estimular esa competitividad, alegando que solo reproducían el sistema que se les imponía. Algunos fueron aún más lejos, afirmando que eliminar la competencia era poco realista porque «el mundo exterior es implacable» y «solo los más fuertes sobreviven». Destacaron que, en el mercado laboral o en las pruebas de acceso a la universidad, la colaboración no les ayudaría; sería necesario superar a los demás.

Como tutora y educadora, salí de esa reunión devastada. Muchas preguntas resonaban en mi mente: ¿Hasta qué punto tenían razón? ¿Reforzamos esa mentalidad sin darnos cuenta? ¿Quién les enseñó a ver el mundo de esa manera? Y, quizás la pregunta más importante, ¿qué podríamos hacer para cambiar esta situación?

En ese momento, tenía pocas respuestas y mucha preocupación.

Experimentando la colaboración

Pero la educación no se reduce a los retos. A lo largo de mi carrera, también he sido testigo de poderosos ejemplos de solidaridad, empatía y trabajo en equipo. Uno de los más claros es el proyecto Mock Trial, desarrollado por el Departamento de Inglés con los alumnos de último curso de Enseñanza Media. En esta actividad, los grupos representan el juicio de un caso real, asumiendo roles y construyendo argumentos de forma colaborativa.

He visto presentaciones extraordinarias, actuaciones que celebraban las identidades, las voces, el crecimiento y el aprendizaje de los estudiantes. Se sumergen en los personajes, pero, lo que es más importante, descubren que el éxito no es el resultado de un viaje individual. A través del diálogo y el esfuerzo colectivo, construyen un sentido de unidad. Cuando se sienten seguros, apoyados y valorados, alcanzan su máximo potencial.

Pero, ¿por qué funciona? ¿Por qué la mayoría se involucra y se compromete tanto? Según lo que he observado, las presentaciones más sólidas se basan en tres pilares: un objetivo común, un ambiente de confianza y una colaboración genuina, en la que cada persona contribuye de manera significativa.

«En su escuela, ¿la colaboración es auténtica o simbólica?».

Volviendo al seminario web, una de las preguntas que hizo la ponente me dejó intrigada: ¿La colaboración en su escuela es auténtica o meramente simbólica? En ese momento, me costó responder. Pero, reflexionando mejor, creo que la realidad está lejos de ser binaria. He sido testigo de la colaboración auténtica: alumnos y profesores trabajando juntos para crear cosas extraordinarias. Pero también he visto la ilusión de la colaboración, cuando hablamos a menudo de interdisciplinariedad, pero nos cuesta ir más allá de las buenas intenciones.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por falta de tiempo? ¿O estaría relacionado con el sistema más amplio, el mismo sistema criticado por mis antiguos alumnos? Un sistema que trata las disciplinas como compartimentos aislados; que valora las respuestas correctas por encima de los errores significativos; que prioriza los resultados más que los procesos; que se hace eco de la lógica de la escuela del siglo XIX incluso cuando intenta actuar en el siglo XXI.

Todos estos factores pueden ser ciertos, pero los sistemas no son entidades abstractas. Nosotros los creamos. Y también podemos reformarlos. Transformar no es sencillo, pero con intencionalidad y consistencia, es posible migrar de una cultura de competencia a una cultura de colaboración.

No pretendo tener una fórmula lista o un guion infalible. Sigo aprendiendo, todos los días. Lo que puedo ofrecer, sin embargo, son algunas reflexiones del seminario web y de mi propia trayectoria como educadora.

Creando condiciones para la colaboración

En última instancia, transformar la cultura de una escuela significa fortalecer su sentido de comunidad, un lugar donde se cultiva el sentido de pertenencia, se construye intencionalmente la unión, se fomenta la voz y todos se sienten seguros. Cuando los alumnos y los profesores experimentan estas condiciones, la colaboración deja de ser un ideal abstracto y se convierte en una realidad concreta. Este es el tipo de entorno en el que florece el aprendizaje, se reconocen las identidades y todos tienen la oportunidad de crecer juntos.

Como afirma el historiador israelí Yuval Noah Harari, a nivel individual, apenas podemos distinguirnos de otras especies. Colectivamente, sin embargo, somos capaces de crear y revolucionar sistemas. Y es precisamente esta fuerza colectiva la que permite a las comunidades de aprendizaje reformarse, reinventarse y avanzar hacia culturas más humanas y colaborativas.

Agende uma visita

26/01/2026
Segunda-feira Educação Infantil e Ensino Fundamental 1 das 09:30 às 10:30